Este domingo 15 de junio se celebra el Día del Padre, una fecha que, como muchas veces hemos dicho, tiene un significado muy especial para quienes hemos perdido un hijo o hija, especialmente para aquellos padres que no han tenido otros hijos.
Como es costumbre, cada año intento escribir unas líneas que logren poner en palabras lo que este día representa para este “club” de padres al que pertenezco: ese grupo silencioso pero lleno de amor que sigue siendo papá, aunque su hijo ya no esté físicamente.
Este año, a diferencia de otros, quiero hacerlo desde una experiencia que viví el pasado 1 de junio, cuando mi hija Aura cumplía 9 años de haber partido.
Estos 9 años han sido de crecimiento y de “cicatrización” para un corazón que se rompió aquel día. Cada aniversario ha sido especial, sobre todo por el apoyo de mi esposa, de mi familia, de mis amigos y de mi hijastra —a quien llamo así solo para efectos aclaratorios en este artículo—, porque para mí Paz es mi hija mayor, a quien amo con todo mi corazón.
Hace un mes, mi círculo más cercano de amigos me propuso viajar a Chicago para ver un partido de béisbol. A mis 43 años, nunca había hecho un viaje solo con ellos, de esos que se llaman “viaje de amigos”. No compartimos un deporte en común como para organizar este tipo de aventuras, aunque cada uno tiene su afición: a mí me gusta el baloncesto, otro juega pádel (no explicaremos nada, jaja) y hay al menos dos de los que no sabemos si hacen deporte.
Cuando vi la fecha del viaje, me estresé. El 1 de junio sería el día de regreso, y durante estos 9 años nunca me había alejado de Analissa en esa fecha. Pero fue ella quien me animó: “Hazlo, quizás es Aura enviándote un regalo”, me dijo. Y accedí.
El viaje fue sanador. Al segundo día me dolía la cabeza y el estómago de tanto reír. Hicimos turismo en bicicleta, comimos, brindamos y fuimos a los dos juegos de los Cubs. Pero todo fue una preparación para el mejor regalo que recibí ese domingo 1ero de Junio.
Caminando por la ciudad, muy cerca del hotel, encontré una iglesia y anoté el horario de la misa el primer día que llegamos. Ese día (el 1 de junio), como cada año, Analissa y yo tenemos un ritual en la playa en donde escribimos su nombre (AURA) con flores a la hora de su partida, y luego solemos ir a misa para recordar a nuestra bebé que se fue antes de tiempo.
Cuando pasamos por la iglesia, dije en voz alta: “La misa el domingo es a las 8:30 a.m.”, para intentar recordarlo, pues mi cabeza es muy olvidadiza.
Llegó el domingo, me bañé y, sin esperarlo, mis cuatro amigos me acompañaron a la celebración de los 9 años de partida de mi hija. No era cualquier iglesia. Era una catedral. Y como ahora el Papa León XIV es de Chicago, todo se sentía aún más especial. El día estaba soleado, y los vitrales llenaban el templo de una luz única. Qué belleza de catedral y qué locura de compañía.
Durante la misa, al llegar la comunión, no pude contener el llanto. Lloré como aquel primer día. Hipeaba, temblaba… pero entendía por qué. Era una mezcla de tristeza por no estar con Analissa y gratitud por tener a mis amigos ahí, validando el cumpleaños de mi hija que existió, y acompañándome en una fecha tan difícil.
Fue una experiencia profundamente sanadora.
¿Por qué te cuento esto?
Porque el duelo es una montaña rusa. Caminarlo solo es muy difícil (si no imposible). Es vital rodearte de personas que te quieran y que entiendan que tu corazón tiene una herida que no desaparece. Pero estas palabras no son solo para ti, papá de un ángel. Son también para toda la comunidad que nos lee y que, gracias a su empatía, ha decidido mantenerse en contacto con nosotros para aprender más acerca de esta dura realidad.
Biológicamente, los seres humanos estamos diseñados para sobrevivir a la pérdida de nuestros padres y abuelos. Pero perder a un hijo o hija trastoca todo. No tiene una fecha de caducidad. El dolor no se va, pero se transforma.
Querido papá que tiene un ángel:
Siento profundamente tu pérdida, y me duele. Hoy, no lo dudes: tú eres papá. Y lo seguirás siendo, aunque tu bebé ya no esté en esta tierra.
Tienes derecho a ser recordado, felicitado y también a que te duela. Ese dolor habla del amor que sigue vivo.
Ten paciencia. Con los años, quizás el dolor será menos duro. Llegará un momento —como el mío— en el que llorar será también recordar, con amor, a quien más extrañamos.
Rodéate de personas que sepan lo que has vivido. Ellos, con su presencia y su cariño, pueden ayudarte a caminar este camino con más luz.
Andrés, Juanki, Ricky y Javier:
Gracias por mi Día del Padre adelantado. Se los dije ese día y se los repito: hicieron que un día tan difícil se convirtiera en uno profundamente especial.
Analissa y Paz:
Gracias por todo lo que me sostienen cuando ando caido. Sin ustedes sería imposible el camino.
Un abrazo a todos los padres en este día.
Jose de León | Papá de Aura