Aún recuerdo el día cuando Lucas, mi esposo, y yo tomamos la decisión de empezar la búsqueda de un tercer hijo. Nuestras primeras dos hijas tenían un año por lo que muchos pensaban que estábamos locos. Lo que muchos no sabían era que Olivia y Amalia fueron una búsqueda de tres años. Para nuestra sorpresa la búsqueda de Juanes fue rápida, muy rápida. En unos cuantos meses ya estaba encinta.
El embarazo de Juanes fue fácil, comparado con un embarazo gemelar. Yo estaba llena de energía, me sentía bien, pude seguir con mi vida sin ningún percance, todo iba perfecto. El 26 de octubre, con 29 semanas de embarazo, todo empezó a cambiar. A media mañana empecé a sentir un dolor intenso en el estómago. Cuando llamé a mi doctora, ella me preguntó enfáticamente si me dolía el estómago o el vientre. Yo le respondí el estómago, porque era lo que sentía en el momento. Ella me mando a acostarme y que la llamara si el dolor persistía. Recuerdo que me acosté unos minutos, pero luego seguí con mi día que estaba bastante complicado con unas citas médicas de una de mis hijas. Mi carro estaba en mantenimiento y mi mamá me acompañó a la cita de mi hija. Antes de que nos atendieran, me volví a conectar con mi dolor y se lo comenté a mi mamá. Ella me dijo que llamara a la doctora para que pasáramos por el consultorio una vez saliéramos de la cita de mi hija. Al salir eran las 7pm y sentí que era muy tarde para molestar a mi doctora, le dije a mi mama y a mi misma, mañana la llamaré a primera hora si me sigue el dolor.
Al llegar a casa, recuerdo le pedí a Lucas que se encargara de dormir a las niñas porque me sentía muy mal. Me acosté y quedé dormida de inmediato. A la medianoche me levanté y fue en ese momento cuando estaban todos dormidos donde pude encontrar la paz de conectarme con nuestro bebé Juanes. Pasé una hora tratando de que se moviera; le ponía música, tomé agua, le hablaba y nada pasaba. Fue en ese momento que levanté a mi esposo en llantos y le conté todo. Su primera reacción fue vestirse y llevarme al carro para ir directo al hospital. El traslado al hospital fue uno lleno de miedos. Hasta el día de hoy cada vez que paso por un punto específico del camino me viene todo a mi memoria, específicamente el miedo que sentíamos y la conversación que tuvimos.
Al llegar al hospital la enfermera de turno estaba algo confundida del por qué pedíamos un ultrasonido. Le explicamos que sólo queríamos saber si el bebé estaba vivo. Ella un poco sorprendida y me imagino que, con miedo de darnos una noticia tan difícil, nos pidió llamáramos a nuestra doctora (hasta este momento no la habíamos querido llamar para no levantarla). La llamamos y a los 10 minutos estaba con nosotros. Al llegar, utilizó la máquina de monitoreo y no escuchaba los latidos. Fue entonces cuando pidió que me llevaran a hacerme un ultrasonido. En ese momento ya yo sabía, yo lo sentía. Recuerdo la cara de mi doctora, recuerdo el abrazo tan grande que me dio a mi y a Lucas, al darnos la peor noticia de nuestras vidas. Minutos después me estaban llevando en camilla a hacerme una cesárea.
Juanes murió el 27 de octubre 2016 debido a una bacteria. Una vez me hicieron la cesárea, tuve la oportunidad de verlo, cargarlo y besarlo. Aun recuerdo su carita hermosa y angelical. Pude hacer junto con mi esposo el proceso de cremación y despedida de nuestro angelito Juanes.
¡Juanes, te amamos y te extrañamos todos los días!
Ela –
Aún recuerdo el día que fuimos al primer ultrasonido. Ya sabíamos que estaba encinta, pero para nuestra sorpresa nos dieron la noticia que eran DOS. Estábamos felices, pero a la misma vez sabíamos lo complicado que podían ser los embarazos gemelares y estábamos muy claros de lo que era tener mellizos, pues ya teníamos mellizas de 4 años en ese momento.
El embarazo fue complicado desde el inicio. Desde la semana 9, me empezaron a salir unos hematomas los cuales provocaban sangrado y luego empecé con contracciones desde la semana 20. Estuve en cama todo el embarazo y las últimas tres semanas estuve en el hospital. No fue fácil.
El 18 de marzo 2019, con 32 semanas de embarazo nacieron Peter y Ela, nuestros mellizos. Por su prematuridad inmediatamente fueron llevados a cuidados intensivos. Al momento de nacer, Ela estaba perfecta, gordita (dentro de lo que cabe para un bebe de 32 semanas), llena de energía y ganas de salir de cuidados intensivos.
A los siete días de estar en cuidados intensivos, todo empezó a cambiar. Ela contrajo enterocolitis severa. Ella batalló con la enterocolitis por varias semanas. Había momentos en los que todos sus exámenes de sangre salían perfectos y pensábamos habíamos salido, cuando días después volvía a recaer. Al mes de estar en esta batalla, Ela entró a la sala de cirugía. Fue un día de mucho miedo, pero estaba segura de que los médicos harían todo lo posible para que Ela regresara a nuestros brazos. Le hicieron una ostomía. La semana después de su operación fue una semana linda, llena de buenas noticias, llena de sonrisas. La pudimos cargar muchas veces y la rellenamos de besos y abrazos. Le brindamos todo el amor y cariño que teníamos para darle. Cada vez que la visitamos, Ela nos miraba con sus ojos angelicales, su sonrisa la tengo y tendré plasmada en mi memoria por siempre. Estas sonrisas y su constante energía me llenaban de alegría y ánimo.
A la semana y media de haber pasado la operación, pensábamos que Ela estaba lista para irse a casa. Recuerdo el domingo 28 de abril cuando el Doctor de Ela nos dijo que los exámenes de sangre habían salido perfectos, pero que había un solo factor que le causaba ruido. Que el quería estar seguro y le iba a mandar otros exámenes por precaución.
Ese domingo no teníamos con quien dejar a nuestros tres hijos en casa, para poder ir a visitar a Ela en la tarde. Le dije a Lucas que él fuera y yo me quedaba en casa. El me dijo que le pidiéramos a una de mis hermanas el favor de quedarse con nuestros hijos, mientras íbamos rapidito a visitar a Ela. Aún no sé por qué me sugirió eso, quizás presintió algo, pero doy gracias a Dios fuimos los dos. Al entrar estaba Ela tranquila y hermosa como siempre. Pedimos cargarla y unos minutos después que mi esposo la estaba cargando, ella empezó a toser sin poder parar. Le dije a mi esposo la cambiara de posición y se empezó a poner azul, no le estaba llegando oxígeno. En ese momento, en un abrir y cerrar de ojos la enfermera nos sacó de cuidados intensivos y llamó al doctor. Por cosas de la vida, el doctor venía subiendo las escaleras para verla y pudo atenderla inmediatamente.
Las dos horas esperando, las sentí como una eternidad. Cuando el doctor nos vino a comunicar lo que había ocurrido, nos explicó que le había vuelto una infección y adicional el PH de su sangre estaba bajo, tenía acidosis. Ela pasó la noche mal y en la mañana del lunes 29 de abril empeoró, la tuvieron que entubar porque no podía respirar sola. Todo evolucionó muy rápido. Tuvimos la oportunidad de bautizarla y escoger a sus súper doctores como padrinos. Nos tomamos sus últimas horas y minutos para decirle cuánto la amábamos y que se fuera en paz y tranquilidad. Despedirnos de ella fue de lo más difícil que hemos tenido que hacer en nuestra vida, pero como padres sabíamos que ella lo había dado todo, que necesitaba descansar. Esos 44 días fueron mágicos, la disfrutamos lo más que pudimos, la amamos con todas nuestras fuerzas y corazones.
¡Pulguita te extrañamos todos los días y te amamos con todo nuestro corazón!