En nuestras culturas, hay dolores que se viven en voz baja.
La pérdida de un embarazo, un bebé que no llegó a nacer o que vivió solo unos días, es uno de ellos. Un duelo real, pero muchas veces invisible.
Tan invisible, que hasta la familia más cercana evita nombrarlo.
¿Por qué nos cuesta tanto hablar de esto?
Tal vez porque venimos de una historia donde el dolor debía esconderse.
Donde llorar era “de débiles”, donde lo que no se dice, “no duele”, y donde hablar de un bebé que no está puede parecer, para muchos, una insistencia incómoda o “exagerada”.
Y sin embargo, el silencio no alivia. El silencio aísla.
En la cultura latina, especialmente, hemos heredado frases como:
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“Al menos fue temprano.”
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“Dios sabe por qué hace las cosas.”
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“Ya vendrán más.”
Todas dichas con buena intención. Y todas profundamente dolorosas para quien ha perdido.
Muchas veces se espera que la madre “siga adelante”. Que el padre sea “el fuerte”. Que nadie más hable del tema.
Pero hablar no hiere. Hablar libera.
Nombrar al bebé, reconocer la pérdida, permitir que el duelo tenga un espacio en la conversación cotidiana, es también una forma de amor.
En la Fundación Huellas de Ángel queremos ayudar a romper ese silencio.
A construir una cultura más empática. Donde el duelo no se esconda. Donde las emociones no se repriman. Donde nadie tenga que pasar por esto en soledad.
Porque cuando nos animamos a hablar, empezamos a sanar. Y cuando la sociedad escucha, empezamos a transformar.
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Porque cuando hablamos… el silencio deja de doler tanto.


